lunes, 5 de julio de 2010

ABELLAS DE OURO

“Abellas de ouro”

de Xosé Lesta Meis


Tal y como acontece en muchos momentos de nuestras vidas, y como dice el refranero popular, los árboles no nos dejan ver el bosque. La pequeña joya que Lesta Meis dejó con sus “Abellas de ouro” (1930) es un ejemplo de ello. Lesta Meis que marchó a Cuba siendo muy joven supo lo que era la nostalgia por la tierra y por sus gentes. En la emigración se embarcó en su andanza nacionalista. Vinculado a las Irmandades da Fala participará en 1923 en unas conferencias con el tema “Nuestra psicología”, la nuestra, la gallega, esa que es imposible obviar en este pequeño libro de descripciones de mujeres campesinas y que desde Galicia cuesta reconocer.
En estas “Abellas de ouro” la psicología del gallego, y más que nada la de la “gallega” que aparece perfectamente perfilada en la vida de trece mujeres gallegas que en tiempos de la emigración viven en Galicia, y decimos trece porque aunque dos de los relatos se titulan “O tío Manuel” y “O siño Mingos”, en el fondo son las mujeres que comparten vida con estos hombres las que realmente hilan y sostienen los relatos.


Desde su perspectiva de hombre observador, recordemos que después de una formación autodidacta Lesta Meis se dedicó al periodismo, llevando desde 1925 a 1930 en el Eco de Galicia en La Habana la sección “De mi tierra”, surge su manera de describir a las mujeres que protagonizan este libro que como él dice en el prólogo de la obra: “todas son auténticas. Hainas que levan o mesmo nome que teñen. Astra algunha pertence á miña familia”. Algo que de hecho percibimos a través de las expresiones coloquiales que utilizan todas ellas, y que nos hacen sentir a los lectores más de cerca la tierra que él extrañó tantos años.
En estas páginas Lesta Meis, coruñés nacido en Eirís, nos habla de Ánxela que hace las tareas de la casa, cuida los hijos a pesar de las miserias y siempre con una sonrisa en los labios, de la señora Gabriela que cuida de los nietos huérfanos y de su padre como si fuera su madre sin que los años ni la vejez la paren, de la siña Dominga que saca unos pesiños cuidando los niños de la aldea para salir adelante ella y el hombre enfermo y postrado al que le dice con cariño cuando se le queja de la carga que es para ella: “<>.
Lesta Meis nos cuenta la historia de las hijas del Tío Manuel, que al no tener hermanos, sacan ellas mismas la casa adelante haciendo el trabajo “de los hombres”, aun que a él eso no le guste mucho, y la de la señora Xerónima, que es lavandera y que tiene que ir al río con los niños a las espaldas y la ropa, la de Elisa, que cree ciegamente que nació para servir a los “señoritos” para los que trabaja, la de la Costurera que por la alegría que supone su llegada para hacer ropa lleva una vida bien buena, o la de Matilde de carácter autobiográfico que se enamora de un periodista enfermo retornado de la emigración (que es él mismo) al que mantiene y saca adelante con el esfuerzo de su trabajo.
En las “Abellas de oro” aparecen también Roxelia que con sus dieciocho años ya pone la casa de un labrador a funcionar cada día, y la siña Farruca que se harta de reprender a su hombre y sacarlo de la taberna, y Culasa que trabaja duro de "mandadeira" en A Coruña, y Antonia, a “mosqueteira”, que compra y vende para sacar unos "cartiños" para comer, también el Siño Mingos que no quiere vivir con la hija de la capital sino volver con la de la aldea, que es donde le gusta estar.
Todos estos personajes se entrecruzan en la mente del lector y dan vida al paisaje social gallego, donde la mujer es el pilar fundamental. Ella trabaja dentro y fuera de la casa, hace comidas, cuida los niños, compra, vende, pasa mil “traballiños” para mantener a flote la economía doméstica, que es en definitiva la madre de todas las economías.
Ellas que como ironiza Lesta Meis sirven a las señoritas de la ciudad ( La Señora Jerónima, la lavandera, después de trabajar todo el día tendrá que esperar para entregar la colada porque “la señorita está ocupada”), son valerosas y fuertes, y no solo de cuerpo, sino de mente, algo que Lesta Meis confiesa también en el prólogo de la obra cuando afirma: “Sempre me conmoveu fondamente a vida das nosas mulleres da aldea: tan traballadas, tan resignadas, tan bondadosas, tan resistentes. Por unha cousa non lles queda a outra. Las atenden ó da casa máis ó de fora. Para elas non hai cansanzo. Nada as rende: nada as fai ceder. Desde pola mañá astra a noite non teñen paraxe. Moitas veces teñen que face-los labores cun fillo no colo e outro a cegar…”.
Se perfila pues en esta obra el saber hacer de las labradoras gallegas de la época, al frente de las tareas más duras, que se llevan sin embargo con decisión y muchas veces aun con un cantar en los labios. Ellas, que ya en el tiempo en que se escribió “Abellas de ouro” hablaban de la independencia femenina por boca de la vieja Siña Farruca: “(…) como aquel perdevidas do Raposo, Vai a muller buscalo con bos modos e trátaa daquela maneira. A culpa tena ela. Eu non facía vida con el. Deixábao que o comera xuncras. Outra cosa non merecía. (…)”, todas ellas representan pues, más que nadie, el poder del matriarcado gallego, ese que mantuvo y aun hoy mantiene a flote muchos hogares, un matriarcado marcado por la fuerza, por el valor y sobre todo por el amor a los suyos, porque en definitiva este parece ser para Lesta Meis, el secreto que jamás hace virar el barco de una mujer gallega.

Cristina Corral Soilán

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