Entrevista a Concha Carretero, miembro de la JSU y presa de Franco
A la memoria de aquellas mujeres que han luchado
por los que hoy vivimos en libertad.
Abrazar a Concha Carretero produce la misma sensación que dar un salto en el tiempo. Son 83 años y cada una de sus palabras es un paso atrás en la historia de España, esa que algunos cuantos han preferido enterrar junto a las víctimas de la barbarie de la Guerra Civil. Concha es madrileña, valiente y tiene en los ojos una fuerza tan poderosa que incluso llega a asustar. El hecho de estar afiliada a la Juventud Socialista Unificada (JSU) le llevó a presenciar y a vivir en primera persona muchas de las torturas de la dictadura franquista. Compartió prisión con las “Trece Rosas”, aquellas muchachas, algunas menores de edad, que purgaron con su propia vida durante el Régimen franquista la muerte del comandante Gabaldón a manos de unos encapuchados vestidos de militar; con su ejecución en el paredón, Franco creyó “dar ejemplo” e infringir un castigo ejemplar ante el asesinato, y ya de paso se aseguró el acabar con el intento de reunificar el partido en la clandestinidad. Sin embargo, Concha tuvo más suerte, igual que nosotras al conocerla a ella, porque su presencia es la memoria viva de todo aquello que jamás debió ocurrir, como ella misma afirma con sus tristes ojos de guerra.
¿Desde qué momento de su vida tiene usted conciencia política?
Los años previos a la guerra yo trabajaba como asistenta en algunas casas de Madrid, y aunque era muy joven fue ahí cuando empecé a ser consciente de la situación social de España, y de las desigualdades que había entre ricos y pobres.
¿Y de dónde le venía a usted esta vena tan comprometida?
Bueno, te diré que yo nací en Barcelona por motivos políticos también. Y es que a mi padre, que era anarquista, le asociaban con el atentado que sufrió Alfonso XIII durante su boda, así que tuvimos que huir y en esa huida mi madre se puso de parto, así que en el camino nací yo.
¿Así que en su casa el compromiso político era algo de familia?
Sí, recuerdo que mi hermano Pepe había fundado una asociación cultural que llamábamos “Salud y Cultura”. En ella organizábamos actos sociales y culturales, como bailes, obras de teatro, rondallas… y en cuanto teníamos oportunidad organizábamos de “camuflaje” mítines relámpago. Allí preparábamos a la gente con charlas políticas. De hecho mis dos hermanos, Pepe y Luís, también fueron detenidos posteriormente; Pepe estaba dirigiendo las guerrillas de Ponferrada y Luís estaba en el Socorro Rojo ayudando a las familias.
¿Es en ese momento cuando decide afiliarse a la JSU?
Antes milité en las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas). Cuando tenía 14 años y venía de un baile, el que posteriormente sería mi novio, me acompañó a casa, nos quedamos conversando acerca de cómo estaban las cosas en España a nivel social y de cuál era la manera de solucionar lo que estaba sucediendo. Ese día él me contó que pertenecía a las MAOC, me explico también de qué manera se preocupaban por todo lo que estaba ocurriendo y cómo acabar con esas injusticias y desigualdades sociales. Me pareció buena idea y le pregunté si podría afiliarme y él me dijo que sí y así lo hice. Empecé vendiendo el periódico y pegando pasquines. Después de esto pasaría a ser Juventud Comunista (JC) que se unificarían con las Juventudes Socialistas formando la gran gloriosa JSU en la que acabé militando.
¿Cuál era su trabajo dentro de las JSU?
Pasé por varios puestos. Estaba al frente de un taller de tejedoras en la Calle Santa Engracia esquina con Río Rosas justo en donde estaba el Convento de las Pastoras, que fue incautado. Se quedaron 4 monjas dentro, que nos ayudaban y que al final acabamos cuidando. Allí se hacían camisas, chaquetas y pantalones para el frente. A mí me encargaron la sección de jerséis. A mis 18 años junté a 100 mujeres y fabricábamos hasta 50 piezas al día. El caso es que los talleres de las distintas áreas de Madrid se centralizaron en el Sindicato de la aguja y dejé esa labor.
¿Y entonces a qué se dedicó?
Pues cuando sucedió esto me fui a ver al secretario general del Sector Norte, Aquilino Calvo - padre de Marcelino “pan y vino” y posteriormente padrino de mi hija- y me mandó a dirigir los “Pioneros de Madrid y la provincia”, que eran niños que reclutábamos con la idea de tenerlos recogidos mientras que sus padres luchaban en el frente. Nosotros les dábamos clases de cultura general, con profesores, cultura física, con monitores…y así seguían adelante mientras los suyos estaban en la guerra.
En el antiguo Campo de Chamartín, el actual Santiago Bernabeu, organizamos con ellos un desfile el 7 de Noviembre del 38. Eran 1000 niños que reclutamos, vestidos por Carmen Cerviño Patoriza, que por cierto, era gallega, Adela Sánchez Rupeli y yo, que dirigíamos los Pioneros, de hecho nos llamaban “el trío pioneril”. Adela era secretaria general. Carmen era de “Organización” y yo de “Agitación y Propaganda”. Recuerdo este desfile con mucho cariño y mucha ilusión porque estuvimos trabajando 15 días cosiendo día y noche para el evento. Las altas jerarquías aplaudían al verlos desfilar…aquellos niños representaban a los hombres del mañana.
¿Era entonces asalariada del partido?
Hasta aquel momento no, nunca había pedido ni una peseta, pero en ese año mi hermano, que volvió del frente, decidió casarse con su novia, así que fui a ver al secretario general Felipe Muñoz Arconada y le dije que quería trabajar, él me miró asombrado y me dijo: ¡¿Más?¡, entonces yo le dije que lo que quería era trabajar cobrando por mi situación familiar. Así que me mandó a la “Fábrica de material de guerra y de experiencias industriales” junto con mis tres amigas. Allí, en la fábrica, también estaba Aurora Bautista, la que hoy es artista y ella y yo éramos las dos estajanovistas, las que más producíamos. Desde ese momento empezábamos a ganar y a vivir, hasta que llega el año 39 en donde todo empezó. El 5 de marzo del 39 mi hermano salió de casa para ir a la Brigada porque era comisario político y al entrar le detienen. Ese fue el último día que mi madre, mi cuñada, mi hermano Luís y yo estuvimos juntos.
¿Recuerda el día que la detuvieron a usted?
Nos detuvieron durante la Sublevación de Casado, cuando íbamos a coger los ficheros de las Juventudes al Comité Provincial, que estaba en la Calle Núñez de Balboa. Llegamos allí y cogimos las fichas para buscar un sitio donde quemarlas pero a la salida ya nos cogieron y nos llevaron a la a calle Serrano 9, de allí a los Salesianos de Atocha y de allí a la cárcel de Ventas. La noche antes entrar Franco nos soltaron y estuvimos un tiempo quietas, pero pronto empezamos a intentar reorganizar las Juventudes. En ese tiempo durante una reunión clandestina nos cogieron de nuevo en la Plaza del Ángel y nos llevaron ya a la Carrera de San Jerónimo. Allí comenzaron las torturas…
¿Cómo recuerda todo aquello?
Fue horrible, a mi me pegaron mucho y cuando no me pegaban me mandaban limpiar la sangre de mis compañeros que tenían la cabeza partida, y aquella sangre… no salía. Carmen Cerviño, una de mis amigas, me contó que yo misma pasé 24 horas inconsciente sobre una mesa de mármol de todo lo que me había pegado. A mi hermano, Pepe, el mayor, le tuvieron colgado en las dependencias de Alcalá de Henares, atado y con un palo en el recto. Humillaciones y vejaciones indescriptibles que yo nunca llegué a contarle a mi madre para que no sufriera, aunque ella recogió mis ropas ensangrentadas que conservó muchos años porque ella decía que aquellas, en algunos años, serían la prueba de tanta barbarie. Un día le pedí que las tirase porque era verlas y ponerme enferma recordando todo lo vivido.
¿Cuál fue el momento más duro en aquellos días?
Un día que me encerraron en los calabozos desnuda, hacía ejercicio para no pasar frío…¿tienes frío? –me dijeron-, yo respondía que un poco entonces me gritaron: “Pues no te preocupes que ahora te lo quitamos”. Me metieron sin ropa en un coche y yo vi que pasábamos la calle Manuel Becerra, Ventas para arriba y dirección al actual cementerio de la Almudena, me temía lo peor. Me bajaron delante de las tapias, en donde se ejecutaba a los condenados y me dijeron señalando con una luz los agujeros de las balas: “¿Sabes qué es esto?... los agujeros de las balas que han matado a tus camarada … y ¿sabes qué? Que las siguientes serán las tuyas”. Aun así yo me negué a traicionar a mis camaradas, en aquel momento solo pensaba en mi madre y en el disgusto que se llevaría, afortunadamente sólo fueron amenazas y me volvieron a llevar a prisión.
Su sentencia le llegó teniendo a su hija en brazos ¿cómo fue eso?
Esta es una historia muy bonita pero muy dura, a mi me leyeron los cargos en los Juzgados de Masonería y Comunismo en la Calle del Prado 6, me leyeron pena de muerte, era a principios del año 44 y mi hija Diana ya había nacido, concretamente el 10 de marzo del año 43. Yo iba cada 8 días a presentarme al Cuartel de la Guardia Civil del Hipódromo porque estaba en una especie de arresto, cada vez que nos presentábamos nos pegaban, en una ocasión me rompieron una ceja, aunque yo prefería que me pegaran porque el comandante Pascual era un sádico, yo vi allí cosas que no había visto nunca, barbaridades que hacían sufrir mucho. El caso es que el 6 de Marzo del 44, nos presentamos ante el juez para que nos leyera la resolución final de nuestra condena, estábamos todos en el banquillo, mi hija estaba empezando a hablar y a andar y balbuceando sus primeras palabras nos iba dando besos a todos los que estábamos sentados en el banquillo… la gente no hacía más que decir: “¡Qué lastima de niña!”... y ese día el fiscal nos leyó a todos pena de muerte. Yo me abracé a mi niña, porque aquellos eran los minutos previos a entrar en prisión y creía que no volvería a verla, el caso es que estábamos en un cuartito, mi hermano de pie en la puerta con comida para que yo me llevase a la prisión y para recoger a mi niña, y entró el conserje y dijo: “¡Concha Carretero!”... pero mira hasta que punto llegaba su maldad que en vez de decir “¡Concha Carretero: absuelta!”, esperaron tiempo, esos minutos fueron interminables, los más largos de mi vida, porque el hacerme separar de mi hija para siempre me dolía más que todas las palizas que me habían propinado. En el momento en que oí la palabra “absuelta”, me fallaban las piernas, los brazos se me aflojaban… en ese momento le pregunté: “¿Y los demás compañeros míos?”, porque te digo sinceramente que de corazón si a mi me dicen que ellos siguen con pena de muerte yo no acepto mi absolución… el caso es que me leyó las condenas de cárcel para mis compañeros y entonces sí me quedé más tranquila.
¿Por qué cree que la indultaron?
No sé, yo creo que fue el impacto que causó en el juez la ternura de mi hija, besándonos a todos durante la lectura de las condenas mientras la gente se lamentaba porque yo fuera a morir dejando una niña tan pequeña, creo que eso hizo mella en él.
¿Y cómo se sigue la vida después de esto?
No fue fácil, mi madre pedía limosna porque sus tres hijos estaban en la cárcel y la habían echado de la casa donde vivía porque la gente entonces tenía mucho miedo, porque si te iban a buscar y no te encontraban llevaban a todo el que se les ponía por delante.
El caso es que al salir tuve que luchar por mi madre, mi hija y mis dos hermanos, pero Luís, el pequeño, cuando salió de la cárcel tenía tuberculosis, murió muy joven y Pepe murió en el año 80, tenía el hígado enfermo por las palizas que le dieron en la cárcel.
¿Acabó su sufrimiento con el indulto?
La verdad es que no, en este sentido ni mi familia ni yo hemos podido descansar hasta que Franco murió, porque después de todo aquello, cada poco entraban en casa y registraban todo, levantaban colchones y desbarataban todo cuanto teníamos, es más, en los últimos tiempos detuvieron a Jaime, uno de mis hijos con propaganda. Tal vez por este motivo hay muchas cosas de estos tiempos que no conté a nadie, es más sobre muchas de las cosas que ahora cuento, mis hijos se sorprenden y me dicen: ¡Pero mamá esto no lo sabíamos!, y es que en cierta manera trataba de protegerles con mi silencio y alejarles de todo el sufrimiento que yo estaba pasando, porque como siempre estábamos en el punto de mira, no quería que por conocer muchas cosas ellos corrieran peligro. Ahora todo esto me lo pagan con creces porque no me falta de nada con ellos, me cuidan y están pendientes de mi a todas horas. Me quieren mucho.
¿Merece la pena entonces recordar tanto sufrimiento?
De eso se trata, yo cuento todo esto ahora para que nada de lo sucedido se olvide, para que la gente se prepare y sepa que hay mucho por lo que luchar y sobre todo para que algo así no vuelva a suceder y nadie tenga que pasar por lo que nosotros pasamos.
Yo maldigo la guerra, pero no solo esta, maldigo todas las guerra, cuando enciendo la tele y veo todas las que están teniendo lugar en el mundo tengo que apagarla porque no puedo verlo… y cuando veo imágenes de Franco lloro, lloro de rabia…
¿Queda entonces rencor?
Ninguno, lo pasado, pasado está, no hay que guardar rencor.
¿Cree usted que hemos perdido tiempo de contar todas estas cosas que sucedieron?
La verdad es que siempre hubo mucho miedo porque por la calle nos seguían y si te encontrabas a un compañero y sabías que alguien te seguía ya le hacías un guiño con el ojo o algún gesto para que pasasen de largo sin ser descubiertos. Eso sí, desde que comenzó la transición hasta hoy se ha perdido a muchas personas que tenían múltiples cosas que contar y que se han ido sin que nadie les escuchara. Ahora ya quedamos pocos y con los años algunos hemos ido perdiendo memoria y otros lucidez.
¿Cómo ve a las mujeres de hoy en día?
Tenéis mucha suerte, os quedan muchas cosas que conseguir y tenéis la suerte de tener otra vida, más libertad. Yo fui madre soltera y me fui a vivir con mi novio sin estar casada, ahora eso es algo corriente porque hay más libertad. También es cierto que ahora se vive con más comodidad y eso hace que no se sienta la necesidad de hacer frente común por otras causas, pero vivís un momento muy bueno y deberíais aprovecharlo para luchar por conseguir cosas.
¿Qué nos queda por conseguir?
Mucho, queda por conseguir ese mundo mejor por el que hemos sufrido y luchado tanto, queda por conseguir la paz del mundo entero, que no haya guerras, ni hambre y que todos los trabajadores sean iguales, que no haya diferencia de clases…
Es usted una comunista de los pies a la cabeza ¿la Joven Guardia hasta el final?
De los pies a la cabeza, si me dejan, moriré cantando la Joven Guardia (Concha tararea el Himno de las JSU): “Somos la joven guardia que va forjando el porvenir…”
Yo no moriré sentada en un sofá, Moriré de pie, con las botas puestas y el puño levantado para que los venideros lo recojan.
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