Fotografía: Susana Girón
De entre las estampas más autóctonas que el viajero puede llevarse de Galicia entresacamos hoy, como homenaje, la foto de las mujeres agachadas en las rías y desafiando las temperaturas de las frías aguas en las costas: las mariscadoras. Se adentran en las inmensidades con la responsabilidad de adornar nuestras paellas, animar nuestras fiestas navideñas o por qué no, obsequiarnos una deliciosa mariscada en toda regla. Ellas son sin duda las sirenas gallegas, las auténticas reinas del mar.
Más allá de lo tópico e idílico de su imagen, las mariscadoras son hoy en día un puntal de la economía, la sociedad y la cultura gallega. No hay que olvidar que en España, la actividad mariscadora se desarrolla casi de manera exclusiva en la Comunidad Autónoma de Galicia, en la que hay una amplia tradición.
Hasta hace unos años el mundo pesquero marginaba en cierta manera a la mujer en lo que a labores de mar se refiere. Ellas, que no se embarcaban y se encargaban de la casa y de los hijos, conseguían a menudo sacar unas horas para recoger aquello que el mar podía ofrecerles y ayudar a la no siempre boyante economía doméstica. Afortunadamente, con los años las mariscadoras han pasado de estar ocupando un puesto marginado social y económicamente, a ser un colectivo en alza y un bastión en la economía de los hogares pesqueros gallegos.
Más presentes que nunca
Hace ya tiempo que su presencia se ha hecho fuerte en el sector, no solo en lo laboral sino también en lo que a cargos se refiere, ejemplo de ello es la proliferación de patronas mayores en las cofradías, como es el caso de Mª Josefa Crespo Fraga, patrona mayor de la “Cofradía de Pescadores de Miño” en Coruña. Mari, que es como le llaman sus amigos, se siente muy orgullosa del puesto que desempeña, sobre todo porque ella ha vivido otros tiempos en el oficio. Junto a ella trabajan en la actualidad unas 34 mujeres de entre 30 a 63 años. Todas comparten la responsabilidad de sacar adelante la cofradía. Ellas se dedican a la extracción, a la limpieza, al acondicionamiento, a las siembras del marisco e incluso a la vigilancia de las costas para que ningún furtivo se lleve lo que les pertenece por derecho.
La jornada de extracción se adapta a la marea de día que suele durar aproximadamente unas cuatro horas, pero el aprovechamiento del trabajo depende en gran parte de lo intenso de la marea, es decir, de las fases de la luna y por supuesto de las condiciones climatológicas.
Ante la tópica pregunta de si una mariscadora nace o se hace Mari es clara: “es cierto que nacer en un entorno marinero ayuda pero no es determinante”. Para ser mariscadora hoy en día es necesario hacer un curso específico que ofrece la Xunta de Galicia y estar en posesión del permex o permiso marisquero de explotación, documento expedido también por la Xunta desde 1995 que atestigua la autorización mediante concesión administrativa para ejercer la actividad mariscadora en Galicia.
Y es que los tiempo han cambiado bastante al respecto del oficio, a pesar de mantener lo artesanal de éste con técnicas como la azada, el “raño” o la “rañica”, las cofradías se modernizan y ya no dejan el fruto de sus recogidas sólo en las manos del mar.
A medida que se ha ido desarrollando su trabajo como mariscadoras, su mentalidad ha ido cambiando y de la extracción individual y sin previa planificación, se dio el paso al cultivo, y es que las mujeres se dieron cuenta de que al igual que el campo, el mar es un espacio en el que se puede cultivar. Así, por medio de semillas autóctonas, se consigue trasladar especies de diferentes zonas, muchas veces provenientes del mar y otras veces de hackeryes o criaderos de empresas dedicadas a la reproducción de estas.
La asistencia técnica, más que ayuda
Para que este nuevo modo de trabajo funcionase bien se requería no solo un cambio en la manera de trabajar, sino también un alto nivel organizativo. En este terreno es fundamental la labor de los biólogos que son uno de los bastiones de las cofradías de pescadores gallegas. En la cofradía de pescadores de Miño este papel lo desempeña también una mujer, Mª Teresa Fernández Núñez, desde su puesto de asistente técnica se encarga de elaborar los planes de explotación, esos que marcan las zonas en las que se puede mariscar, los días que se ha de hacer y la especies que es posible recoger. Mª Teresa informa a las mariscadoras de cómo están los bancos marisqueros y de cuáles son las características físicas y morfológicas de las especies al mismo tiempo que se encarga de realizar al menos dos veces al año las campañas de muestreo. A través de los datos que Mª Teresa recoge en ellas, las mariscadoras de la cofradía saben qué zonas son óptimas para la recogida o para el cultivo, sin que estas se esquilmen.
Pero no todo son alegrías, a las mariscadoras también hay algunos temas que les preocupan, por ejemplo el de los furtivos, de ahí que dentro de su labor marisquera se encuentre la vigilancia de sus zonas de trabajo. Reconocen, eso sí, que muchas veces el problema no es solo de los que sacan su marisco sin permiso sino de aquellos otros que lo compran sabiendo que se ha recogido de manera ilegal y sin pasar por los debidos controles de calidad.
También les quitan el sueño otra acciones que vienen de la mano del hombre, como es el caso de los dragados que se realizan en sus zonas de marisqueo u otros que no están en la mano de nadie, un ejemplo: los fenómenos meteorológicos adversos, que pueden afectar a las cosechas anuales como es el caso de las riadas, especialmente si estos se producen en las fechas clave para la venta de marisco.
Plantarse en las rías de Galicia cada mañana no es fácil, las mariscadoras son valientes y fuertes, podríamos decir que el prototipo de la mujer gallega está en sus carnes, en su cara curtida por el viento de las playas, está claro que con los años han tenido que ir cambiado el oficio y las formas, pero hay algo que nunca podrán cambiar: su manera de abrazarse el mar.
Hasta hace unos años el mundo pesquero marginaba en cierta manera a la mujer en lo que a labores de mar se refiere. Ellas, que no se embarcaban y se encargaban de la casa y de los hijos, conseguían a menudo sacar unas horas para recoger aquello que el mar podía ofrecerles y ayudar a la no siempre boyante economía doméstica. Afortunadamente, con los años las mariscadoras han pasado de estar ocupando un puesto marginado social y económicamente, a ser un colectivo en alza y un bastión en la economía de los hogares pesqueros gallegos.
Más presentes que nunca
Hace ya tiempo que su presencia se ha hecho fuerte en el sector, no solo en lo laboral sino también en lo que a cargos se refiere, ejemplo de ello es la proliferación de patronas mayores en las cofradías, como es el caso de Mª Josefa Crespo Fraga, patrona mayor de la “Cofradía de Pescadores de Miño” en Coruña. Mari, que es como le llaman sus amigos, se siente muy orgullosa del puesto que desempeña, sobre todo porque ella ha vivido otros tiempos en el oficio. Junto a ella trabajan en la actualidad unas 34 mujeres de entre 30 a 63 años. Todas comparten la responsabilidad de sacar adelante la cofradía. Ellas se dedican a la extracción, a la limpieza, al acondicionamiento, a las siembras del marisco e incluso a la vigilancia de las costas para que ningún furtivo se lleve lo que les pertenece por derecho.
La jornada de extracción se adapta a la marea de día que suele durar aproximadamente unas cuatro horas, pero el aprovechamiento del trabajo depende en gran parte de lo intenso de la marea, es decir, de las fases de la luna y por supuesto de las condiciones climatológicas.
Ante la tópica pregunta de si una mariscadora nace o se hace Mari es clara: “es cierto que nacer en un entorno marinero ayuda pero no es determinante”. Para ser mariscadora hoy en día es necesario hacer un curso específico que ofrece la Xunta de Galicia y estar en posesión del permex o permiso marisquero de explotación, documento expedido también por la Xunta desde 1995 que atestigua la autorización mediante concesión administrativa para ejercer la actividad mariscadora en Galicia.
Y es que los tiempo han cambiado bastante al respecto del oficio, a pesar de mantener lo artesanal de éste con técnicas como la azada, el “raño” o la “rañica”, las cofradías se modernizan y ya no dejan el fruto de sus recogidas sólo en las manos del mar.
A medida que se ha ido desarrollando su trabajo como mariscadoras, su mentalidad ha ido cambiando y de la extracción individual y sin previa planificación, se dio el paso al cultivo, y es que las mujeres se dieron cuenta de que al igual que el campo, el mar es un espacio en el que se puede cultivar. Así, por medio de semillas autóctonas, se consigue trasladar especies de diferentes zonas, muchas veces provenientes del mar y otras veces de hackeryes o criaderos de empresas dedicadas a la reproducción de estas.
La asistencia técnica, más que ayuda
Para que este nuevo modo de trabajo funcionase bien se requería no solo un cambio en la manera de trabajar, sino también un alto nivel organizativo. En este terreno es fundamental la labor de los biólogos que son uno de los bastiones de las cofradías de pescadores gallegas. En la cofradía de pescadores de Miño este papel lo desempeña también una mujer, Mª Teresa Fernández Núñez, desde su puesto de asistente técnica se encarga de elaborar los planes de explotación, esos que marcan las zonas en las que se puede mariscar, los días que se ha de hacer y la especies que es posible recoger. Mª Teresa informa a las mariscadoras de cómo están los bancos marisqueros y de cuáles son las características físicas y morfológicas de las especies al mismo tiempo que se encarga de realizar al menos dos veces al año las campañas de muestreo. A través de los datos que Mª Teresa recoge en ellas, las mariscadoras de la cofradía saben qué zonas son óptimas para la recogida o para el cultivo, sin que estas se esquilmen.
Pero no todo son alegrías, a las mariscadoras también hay algunos temas que les preocupan, por ejemplo el de los furtivos, de ahí que dentro de su labor marisquera se encuentre la vigilancia de sus zonas de trabajo. Reconocen, eso sí, que muchas veces el problema no es solo de los que sacan su marisco sin permiso sino de aquellos otros que lo compran sabiendo que se ha recogido de manera ilegal y sin pasar por los debidos controles de calidad.
También les quitan el sueño otra acciones que vienen de la mano del hombre, como es el caso de los dragados que se realizan en sus zonas de marisqueo u otros que no están en la mano de nadie, un ejemplo: los fenómenos meteorológicos adversos, que pueden afectar a las cosechas anuales como es el caso de las riadas, especialmente si estos se producen en las fechas clave para la venta de marisco.
Plantarse en las rías de Galicia cada mañana no es fácil, las mariscadoras son valientes y fuertes, podríamos decir que el prototipo de la mujer gallega está en sus carnes, en su cara curtida por el viento de las playas, está claro que con los años han tenido que ir cambiado el oficio y las formas, pero hay algo que nunca podrán cambiar: su manera de abrazarse el mar.
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